lunes, 6 de abril de 2015

Fantasía Prehispánica. Cuento. El Sacrificio de Aquetzali

El sacrificio de Aquetzali



I

Cada 52 años en la ciudad de Cantonac se celebra el festival más grande de tlachtli en el mundo Chaneki, el juego de sacrificio. Equipos de todas las pirámides de los dioses viajan al archipiélago Tlaloque para competir entre ellos y ganar el honor de ser sacrificados. La familia de los ganadores recibe el derecho de convertirse en nobles y se les asigna bienes y riqueza en abundancia.



II

            —Prometo que nuestro equipo ganará el juego de sacrificio abuela y curaré tu enfermedad.

            —Aquetzali, a todos nos llega el momento de ir al Mictlán —dijo la anciana mientras tosía.

            Un día antes de los juegos Aquetzali miraba la llovizna que caía sobre las calles de piedra, el mar rosando las islas del archipiélago Tlaloque cantaba una canción de cuna salada. Un silbido hizo que levantara la vista. Un ser venía deslizándose en el cielo montado en una serpiente de nubes. Sus túnicas eran de alto rango y su piel azul.

            — ¿Tú eres un dios? —preguntó Aquetzali.

            —Soy un mensajero de Tláloc —dijo el ser mágico— mi señor te ofrece un trato.

            — ¿Cuál es el trato? —dijo Aquetzali sorprendida.

           —Mi señor Tláloc dice que ningún curandero podrá salvar a tu abuela, aunque ganes el premio de los juegos de sacrificio no hay riqueza que la salve. Por eso mi señor le devolverá la salud si ganas.

            —Cuenta con ello mensajero de Tláloc.



III

            Cantonac era un carnaval cuando iniciaron los juegos.

            — ¡Saquen a esa mujer de la cancha!

            — ¡Las mujeres no juegan al tlachtli!

            Aquetzali estaba acostumbrada a comentarios como estos. Ajustó su protector de cintura y el sujetador en su pecho. El balón fue lanzado y un adversario anticipó el rebote con un golpe fuerte dando un pase a su compañero que ya se adelantaba, un cuerpo femenino cortó el pase, Aquetzali controló el balón con sus rodillas y lo hizo rebotar contra el piso y deslizarlo entre las piernas de un jugador, siguió la pelota y con su cintura disparó al aro, revotó en su circunferencia, eso le dio dos puntos a su equipo.

            —Debió ser suerte, una mujer no puede jugar tan bien —decían en el público.



            Cuando la pelota volvió al juego, el equipo contrario estuvo a punto de llegar a la pared del equipo de Aquetzali pero uno de sus compañeros la robó y dio un pase largo, la pelota cayó al piso y antes de dar el segundo rebote Aquetzali se lanzó con su cintura dándole un golpe, la pelota salió disparada, pegó en la pared y luego entró en el aro.

            — ¡Lo logramos! —gritó Aquetzali abrazando a sus tres compañeros.

            Las personas se pusieron de pie vitoreando a la muchacha, había ganado su admiración. Así siguieron los partidos en los días siguientes y el equipo de Aquetzali llegó a la final contra el equipo de Huémac, un jugador excepcional, rápido y certero. El partido había sido muy reñido; iban 16 puntos a 17, el equipo de Huémac tenía la delantera, las nubes se amontonaron en el cielo, eso era malo para Aquetzali, si la lluvia comienza el partido se debe dar por terminado y perdería, necesitaba meter la pelota en el aro antes de eso. En casa su abuela ofrecía plegarias a los dioses, las personas animaban ferozmente a los dos equipos y la celebración del sacrificio se estaba preparando en los templos.

            —No me vencerás Huémac —dijo Aquetzali cuando le robó la pelota.



El aro estaba cerca, el cielo retumbó con un rayo. Corrió sin pausas controlando la pelota con movimientos ágiles de rodilla y codos. Las personas se pusieron de pie, estaba sola contra el aro, iba a ganar. La primera gota de lluvia caía y ella disparó con un golpe seco, la pelota iba directo al aro, lo atravesaría, su abuela estaría bien. Un codo se interpuso y rosó la pelota que fue a chocar contra el piso para salir de la cancha. La lluvia cayó de pronto tan fuerte que todos corrieron festejando la victoria de Huémac a los templos donde estarían secos. Aquetzali de rodillas en el terreno de juego lloró tan fuerte que los rayos callaron. El fango resbalaba pesadamente en sus piernas y se dejó caer boca arriba, la lluvia le empapó la tristeza.



IV

            Aquetzali regresó a casa, no tuvo ganas de quedarse al festival ni al sacrificio. Entrando a su choza vio a su abuela con los ojos cerrados, su respiración estaba débil.

            — ¡Abuela, no me dejes! —sollozó.

            La anciana habló con dificultad.

            —Mi hermosa Aquetzali —dijo sonriendo.

            Aquetzali salió a buscar un curandero, pero todos estaban en el festejo, sería difícil encontrar a uno. Huémac la vio y la alcanzó tomándola de un brazo.

            —Aquetzali, espera.

            —No tengo tiempo, mi abuela está agonizando —dijo.

          —Yo he ganado y pronto me sacrificarán, así que antes quiero llevarte a mi hogar a divertirnos, tengo derecho. Los ganadores podemos tener lo que se nos plazca este día.

            —Huémac por favor, necesito ir por un curandero, mi abuela está a punto de morir.

            —Cállate, no me interesa tu abuela —la jaló contra sí y le besó forcejeando.

            —Suéltame, mi abuela va a… —Aquetzali no pudo terminar, Huémac golpeó su rostro, se subió en el vientre de la chica despedazando el sujetador y su protector de cintura. Aquetzali peleó desnuda en el fango, tenía que soltarse para salvar a la abuela, sus extremidades temblaban y caía una y otra vez arrastrada a caricias forzadas.

            Huémac sintió que algo húmedo rodeó su cuello y salió disparado contra el muro de la calle. Aquetzali confundida se incorporó cubriéndose la piel desnuda.

            —Toma, viste tu cuerpo —dijo una voz hueca y hermosa mientras le daba una túnica con plumas turquesa.

            —Mi abuela está muriendo, debo ir por un curandero —dijo Aquetzali.

            —Tu abuela se encuentra bien.

            La muchacha estando menos aturdida vio al dueño de la voz, era un ser extraño, en su cuerpo fluía agua y sus ojos de serpiente la miraban con cariño.



            —Este desperdicio no puede ser sacrificado, nunca más despertará y sufrirá ahogándose en las aguas estelares —dijo el ser mágico señalando el cuerpo inerte de Huémac.

            —Tú eres Tláloc —dijo Aquetzali con ojos llorosos.

        —Pequeña Aquetzali, te quiero como sacrificio, tu familia y tu abuela estarán bien, yo los protegeré. Ven conmigo al Tlalocan Ipan Meztli, el cielo de la lluvia. Serás mi aprendiz y ahí podrás jugar tlachtli todo lo que quieras —la sonrisa acuática del dios dejaba ver unos colmillos de serpiente.


V

            Una piedra afilada de obsidiana se hundió en la piel del pecho como una flecha divina, su corazón cálido y sangrante se elevó a la eternidad y Aquetzali se convirtió en la diosa de Cantonac y guardián del archipiélago Tlaloque.




Rubén Caballero Petrova

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