domingo, 29 de marzo de 2015

Cuento. Cocinemos (Basado en la historia real de Albert Fish, asesino en serie)

Cocinemos


I

            —El acusado es declarado culpable y condenado a cadena perpetua.

            El jurado aplaudió con fervor la decisión. Entre el público, una mujer madura de 35 años aproximadamente lloraba, la justicia había fallado. La pena de muerte fue negada. La venganza no estaba completa. Los ojos del acusado la miraron con curiosidad mientras era escoltado por dos policías sin rostro. Los dientes amarillentos del anciano se humedecieron con el roce de su lengua curtida y añeja.
           


II

            Dos semanas después la señora Fish recibió un sobre con una carta.
           
Sra. Fish:

            Hola mi hermosa dama, ojalá los días le paguen en bien sus grandes actos de amabilidad. Soy el señor Hamilton, espero me recuerde, el asesino de su hija. Aquel día la visité en su casa, en el 408 de la calle oriente, era un día hermoso. Me levanté de la cama a las ocho de la mañana, preparé un poco de té de arándano, siempre he odiado el café, es muy malo para la salud de un pobre anciano como yo. Estoy extrañado, me han dado cadena perpetua por el asesinato de tres niñas, creí que estaría colgado como una corbata, mis abogados son muy buenos, mientras que los suyos son un poco perezosos. A decir verdad, no estuve seguro de asesinar a su hija hasta aquel día. Pasé a saludarla, me invitó a comer algunas galletas y yo acepté. Susan bajó de su habitación en el momento que escuchó mi llegada, éramos buenos amigos. Su cuerpo pequeño y frágil dando pasitos coquetos por la escalera encendió mi rostro, su sonrisa de cachorrita y el aliento que rozó mi nariz al saludarme con un largo beso en la mejilla erizó mi corazón. Decidí comérmela. Se sentó en mis piernas y supe de inmediato que ese trasero suave y redondo sabría muy bien cocinado al horno. Le pedí permiso para llevarla a una fiesta y usted aceptó, imagino que se arrepiente de ello. La llevé a una casa solitaria y le dije que esperara afuera, fue a recoger flores al jardín. Subí a una de las habitaciones en la planta alta y me quité la ropa, sino lo hubiera hecho la sangre me hubiera manchado. Cuando estuve listo me asomé por la ventana y la llamé para que subiera, ella obedeció. Me escondí en un armario y cuando ella entró en la habitación salí para interceptar la salida, ella miró horrorizada mi cuerpo desnudo, gritó que le diría a su mamá. La tomé de la coleta y acerqué su cuerpo contra el mío, su piel tierna y blanca se amoldó a mis manos, mi pene no pudo evitar una leve erección con sus chillidos. Con un golpe la arrojé al piso y despedacé su ropa, ella me pateó un par de veces, pero sólo consiguió excitarme aún más, cuando arranqué su braga blanca supe que en definitiva ese trasero sería muy rico. Tomé un cuchillo para rebanarle el cuello, logré escuchar ese sonido como cuando destapas un refresco de lata y vi la sangre derramarse entre espuma y suciedad. Sus ojos verdes como esmeraldas siguieron a un sol menguante hasta una sartén. Corté en pedazos a la niña, guardé toda su carne en frigoríficos y tomé un poco de su trasero carnoso. Fue lo primero que quise devorar. Lo asé al horno con condimentos y una buena ensalada, las papas bañadas en mantequilla estaban deliciosas también, le hubiera gustado probar mi platillo. Pero qué tonto, ahora que lo recuerdo sí lo probó. Por la tarde hice que le mandaran una porción a su casa, me imagino que debió disfrutarlo tanto como yo. Su hija en verdad tenía un culo muy jugoso. Su carne me alimentó por nueve días.

Quién pensaría que un anciano tan amable como yo, sería un pícaro, ¿verdad? La cárcel no me viene bien, todos son unos idiotas sin modales y la comida es asquerosa. Las galletas de aquel día estaban muy ricas, ojalá pudiera mandarme algunas, se lo agradecería.

PD. Debo confesar que no violé a su hija, aunque pude haberlo hecho no lo hice. Puede estar tranquila, murió virgen.  

            Siempre suyo, el señor Hamilton.


           
III

Un mes después se encontró el cuerpo de la señora Fish con la cabeza desecha por un escopetazo. Fue suicidio. Un agente de policía encontró la carta junto al cuerpo. La carta explicó la muerte por envenenamiento de Jeff Hamilton “el caníbal anciano” días antes.




Rubén Caballero Petrova

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