Cocinemos
I
—El acusado es declarado culpable y condenado a cadena
perpetua.
El jurado aplaudió con fervor la decisión. Entre el
público, una mujer madura de 35 años aproximadamente lloraba, la justicia había
fallado. La pena de muerte fue negada. La venganza no estaba completa. Los ojos
del acusado la miraron con curiosidad mientras era escoltado por dos policías
sin rostro. Los dientes amarillentos del anciano se humedecieron con el roce de
su lengua curtida y añeja.
II
Dos semanas después la señora Fish recibió un sobre con
una carta.
Sra.
Fish:
Hola mi hermosa dama, ojalá los días
le paguen en bien sus grandes actos de amabilidad. Soy el señor Hamilton,
espero me recuerde, el asesino de su hija. Aquel día la visité en su casa, en
el 408 de la calle oriente, era un día hermoso. Me levanté de la cama a las
ocho de la mañana, preparé un poco de té de arándano, siempre he odiado el
café, es muy malo para la salud de un pobre anciano como yo. Estoy extrañado,
me han dado cadena perpetua por el asesinato de tres niñas, creí que estaría
colgado como una corbata, mis abogados son muy buenos, mientras que los suyos
son un poco perezosos. A decir verdad, no estuve seguro de asesinar a su hija
hasta aquel día. Pasé a saludarla, me invitó a comer algunas galletas y yo
acepté. Susan bajó de su habitación en el momento que escuchó mi llegada,
éramos buenos amigos. Su cuerpo pequeño y frágil dando pasitos coquetos por la
escalera encendió mi rostro, su sonrisa de cachorrita y el aliento que rozó mi
nariz al saludarme con un largo beso en la mejilla erizó mi corazón. Decidí
comérmela. Se sentó en mis piernas y supe de inmediato que ese trasero suave y
redondo sabría muy bien cocinado al horno. Le pedí permiso para llevarla a una
fiesta y usted aceptó, imagino que se arrepiente de ello. La llevé a una casa
solitaria y le dije que esperara afuera, fue a recoger flores al jardín. Subí a
una de las habitaciones en la planta alta y me quité la ropa, sino lo hubiera
hecho la sangre me hubiera manchado. Cuando estuve listo me asomé por la
ventana y la llamé para que subiera, ella obedeció. Me escondí en un armario y
cuando ella entró en la habitación salí para interceptar la salida, ella miró
horrorizada mi cuerpo desnudo, gritó que le diría a su mamá. La tomé de la coleta
y acerqué su cuerpo contra el mío, su piel tierna y blanca se amoldó a mis
manos, mi pene no pudo evitar una leve erección con sus chillidos. Con un golpe
la arrojé al piso y despedacé su ropa, ella me pateó un par de veces, pero sólo
consiguió excitarme aún más, cuando arranqué su braga blanca supe que en
definitiva ese trasero sería muy rico. Tomé un cuchillo para rebanarle el
cuello, logré escuchar ese sonido como cuando destapas un refresco de lata y vi
la sangre derramarse entre espuma y suciedad. Sus ojos verdes como esmeraldas
siguieron a un sol menguante hasta una sartén. Corté en pedazos a la niña,
guardé toda su carne en frigoríficos y tomé un poco de su trasero carnoso. Fue
lo primero que quise devorar. Lo asé al horno con condimentos y una buena
ensalada, las papas bañadas en mantequilla estaban deliciosas también, le
hubiera gustado probar mi platillo. Pero qué tonto, ahora que lo recuerdo sí lo
probó. Por la tarde hice que le mandaran una porción a su casa, me imagino que
debió disfrutarlo tanto como yo. Su hija en verdad tenía un culo muy jugoso. Su
carne me alimentó por nueve días.
Quién pensaría que un anciano tan
amable como yo, sería un pícaro, ¿verdad? La cárcel no me viene bien, todos son
unos idiotas sin modales y la comida es asquerosa. Las galletas de aquel día
estaban muy ricas, ojalá pudiera mandarme algunas, se lo agradecería.
PD. Debo confesar que no violé a su
hija, aunque pude haberlo hecho no lo hice. Puede estar tranquila, murió
virgen.
Siempre suyo, el señor Hamilton.
III
Un
mes después se encontró el cuerpo de la señora Fish con la cabeza desecha por
un escopetazo. Fue suicidio. Un agente de policía encontró la carta junto al
cuerpo. La carta explicó la muerte por envenenamiento de Jeff Hamilton “el
caníbal anciano” días antes.
Rubén
Caballero Petrova
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