El guerrero águila y el jaguar nocturno
I
—Abuelo,
siempre me he preguntado si Tezcatlipoca es un dios bueno.
—Digamos que es un dios complicado —respondió el anciano
haciendo una pausa— el más complicado de todos.
El fuego de la hoguera escalaba el aire nocturno en la
Pirámide del espejo de la aurora. Huehuetls de troncos huecos y pieles de
venado retumbaban en la fiesta al dios de la reverberación del espejo, los
jóvenes danzaban filtrando con las mujeres, los ancianos contaban historias de
la creación del mundo y los señores de las aldeas tomaban pulque y chocolate. El
sonido de los cascabeles y las ocarinas susurraba una canción lenta entre
visiones de jaguares corriendo, persiguiendo a su presa.
Huitz acariciaba su penacho de plumas sentado lo más
alejado de todos, jamás había sido bueno danzando y prefería ver el
espectáculo. Las fiestas no eran de su agrado, él era un guerrero y solo se
sentía bien cuando combatía.
—Tu penacho es hermoso
—dijo una chica mientras se acercaba.
—Es un símbolo de honor, pero también de muerte Xicoco.
La joven envuelta en collares de jade sonrió, tomó la
mano de Huitz y la acarició lentamente hasta llevarla a su boca y besarle la
yema de los dedos.
— ¿Ves las plumas? Cada una representa las batallas que
he ganado y las muertes que he provocado.
—Eres el guerrero águila más fuerte de todos y los dioses
te protegen, sobre todo nuestro señor Tezcatlipoca.
—Los dioses no me protegen Xicoco, mi macuahuitl lo hace.
Su arma asesina estaba recostada a lado de sus piernas,
era un poderoso mazo de madera de roble con obsidiana incrustada, tan filosa
que cortaría dulcemente el alma de un chaneki.
—Te amo —dijo Xicoco al oído de Huitz y le besó los
labios.
Sin
embargo, esa blasfemia no se le pasaría por alto al dios más caprichoso de
todos y mucho menos en su fiesta. Tezcatlipoca apareció como un jaguar negro de
entre la selva y rugió con un eco tan potente que los huehuetls callaron. Todos
se refugiaron en sus chozas. El jaguar se escabulló entre la multitud de
sombras, en cada paso humo negro salía de su pata de hueso.
—
¿Dónde está Huitz el hombre que desafía a los dioses? —gritó Tezcatlipoca.
Xicoco
se aferró a Huitz y él sorprendido la hizo a un lado, tomó su penacho de guerrero
y salió al encuentro del jaguar nocturno.
—Yo
soy Huitz, ¿qué quieres de mí y quién eres?
—Soy
un nahual chaneki —mintió el dios— y vengo a retarte en duelo.
—Agregaré
una pluma más a mi penacho esta noche y la dedicaré a mi querida Xicoco.
Los
guerreros y aldeanos se acercaron a ver la batalla y los huehuetls sonaron una
vez más. Todos querían ver combatir al poderoso guerrero águila.
Huitz
preparó su macuahuitl y miró a los ojos al jaguar negro, éste agazapado
mostrando los colmillos preparaba un salto asesino. Las plumas de guerrero
águila despegaron ágilmente en un carrera letal pero su objetivo atento, lo
interceptó con un salto hacia atrás dando dos zarpazos. El penacho cayó al
suelo pero una hoja afilada de obsidiana apareció de entre ellas rosando el
vientre del jaguar. Enfurecido el felino se abalanzó sobre Huitz arañándole el
brazo derecho. La sangre escurría, pasó su arma al otro brazo y atacó en seco,
el jaguar distraído se sorprendió y desapareció en una bruma oscura. La sombra
se deslizó entre sus piernas y el jaguar se manifestó detrás de él dando un
golpe en toda la espalda. Huitz cayó al fango, su espalda en carne viva
punzaba.
—No
eres un nahual ordinario —gruñó Huitz poniéndose de pie.
El
jaguar dando carcajadas envistió el cuerpo del guerrero. Cayó contra el suelo
una vez más. Con esfuerzo se incorporó, el sudor resbalaba entre la piel y el fango.
Las piernas le temblaban pesadas.
—
¡Corte de espejo nocturno! —gritó Huitz mientras se movía elegantemente
esquivando los arañones de la bestia. El macuahuitl había caído certero en el
cuello del animal y le había cortado la cabeza. Al menos eso creía. El cuerpo
del jaguar se había desvanecido una vez más en forma de humo.
—Se
terminó —dijo el jaguar.
El
humo rodeó todo el campo de visión, y unas garras atravesaron un cuerpo frágil.
Huitz arrodillándose con lágrimas en los ojos tocó la sangre que salía del
vientre de Xicoco, su cuerpo débil se rompía. Ella había protegido a Huitz de
una muerte segura.
Tezcatlipoca
no se esperaba eso, estaba tan sorprendido como Huitz. “Los seres de este mundo son muy interesantes”, pensó. Caminó
lento hacía los amantes y Huitz enfurecido tomó su arma y quiso asesinarlo pero
su cuerpo se detuvo, estaba paralizado. El jaguar tomó forma de hombre y su
tobillo de hueso resaltaba de entre su piel. Huitz supo de quién se trataba y
lo injurió.
—
Dios desgraciado y asesino, ojalá tu padre Ometeotl te castigue y te maldiga
por la eternidad.
El
dios no dijo nada, tocó el vientre de Xicoco y giro su rostro a Huitz.
—Eres
indigno de mi presencia pero esta mujer no lo es. Ella dio su vida para
protegerte y eso es admirable en un guerrero. Puedes salvarla joven águila.
—
¿Cómo puedo hacerlo? —preguntó Huitz desesperado.
—Yo
no soy un dios ilimitado como mi padre, pero a cambio de ofrendas puedo lograr
cosas maravillosas.
—Te
entregaría mi corazón si es necesario —suplicó Huitz.
Tezcatlipoca
lo miró asombrado, le tocó el rostro y sus ojos brillaron maliciosamente.
—Tú
también la amas —dijo mientras sonreía— me darás algo más importante que tu
corazón.
II
III
Y Tezcatlipoca dijo: “Me
darás los recuerdos sobre ti, todos olvidarán quién eres, incluyéndola. Huye
lejos de la pirámide. Aunque no recuerden nada, si un día cruzas la mirada con
Xicoco, morirá”.
Rubén Caballero Petrova
Me ha gustado mucho, gracias.
ResponderEliminarHola
ResponderEliminarMe ha llamado la atención tu fantasía prehispánica.
Quizá quieras darle una leída a esto:
https://negrotipo.wixsite.com/autor/blog/fantas%C3%ADa-con-aspectos-prehisp%C3%A1nicos