Entre las olas de arena y el liso azul del cielo
Es imposible describir la paz que impera en el desierto al amanecer, el instante justo cuando la luz revela aquella solitaria inmensidad. El desierto se mueve como un mar que a lo lejos parece quieto, y cada paso es una lucha incomprensible, un abismo de lamentos al que caigo una y otra vez contra la arena, como un borracho melancólico.
Estoy exhausto.
¿Y si la muerte terminara con todo, olvidaría entonces que te quise como a nadie, o la espeluznante eternidad de aquel instante cuando caías sin alas por el acantilado? Un grito desesperado reventó entonces mis pulmones, pero el lazo estruendoso de mi voz no pudo sostenerte en el aire. ¿O será que no quisiste sujetarlo?
La noche se esconde del día para mostrarnos el interior del universo como a un vasto estómago que nos digiere insignificantes, pero a mí ya me devoró la tristeza, indiferente y ajena a las fuerzas cósmicas.
Hace millones de años, a un par de idiotas les dio por quererse más de la cuenta.
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